miércoles, 26 de mayo de 2010

Síntoma del letargo poético 27/05/2010

Han pasado 3 meses con 12 días, unas cuantas horas desperdiciadas (en vano), y varios intentos fallidos de escribir "algo" que tenga genio y figura; pero resulta que soy el fracaso total del mundo, destruyendo todo lo creado, escarbando bajo [la] tierra las raíces que me llevaron a escribir cosas atado a los recuerdos olvidados... Me duele la cabeza, la cabeza y la conciencia, la conciencia y el alma, el alma y el ombligo, el ombligo y el cucharón, el cucharón y el cerebro, el cerebro y su Chakra detonador. Basofias resagadas son todas las palabras que boté a la basura, que quizás decían algo y al final de cuentas no son nada, pero reclaman el derecho a ser escuchadas enmudecidas por tenores de corbata y terno. Como un lamento aborigen moribundo se alza un nuevo canto con odio, tristeza y despiadado contra el suelo moviendo montañas y cielo; el terremoto sonoro se hará escuchar cuantas veces sea necesario deslizándose como viento huracanado, arenoso como harina tostada a la garganta: sin tiempo para [dar a] un respiro hambriento de vida consumida en una quemada.
Noches insaciables de goteras como granadas explotando al unísono en el tímpano regocijado de la mente humana, cruzando calles vacías dentro de un laberinto precipitado capciosamente. Millares y millares de acciones vomitadas en cápsulas, derramadas en el piso de un templo avasallado por el tiempo crudo y añejo, rompiendo cartas perdidas a su remitente que nunca llegó a saber quién pudo escribir tantas borracherías convertidas en memorias de batalla de animales salvajes, crujiendo con cada golpe de cuerpo a cuerpo; amaneciendo, el sol pegaba en el delirivm mentis como cristales cayendo y callando sórdidas poesías de amor desesperado, locura y soledad desgarrada en acordes de una guitarra añeja desvalida polvorienta, mal trecha convertidas en actitudes esteparias, propias del egoísta misántropo quejumbroso por la violencia sobrecargada de escupitajos turbios entre poderosos malditos pudriéndose en el purgatorio de penumbras hospitalarias, caminando por pasillos polvorientos de esqueletos y olvido, como maremotos sobreviniendo a la carga inminentes de actitud ahogadora de hombres sin gracia ni salves incansables de dolor puro y magnético. Mientras yo quedo a la deriva del viento, a la manera de las amarillentas hojas otoñales, a la manera de un invierno inolvidable, a la manera de movimientos mudos inmutados por piedras, en el fondo del cordia aún se siente una aguja pinchando paulatinamente en el dolor agudo que necesita de prisa la cura.